JUCAMAR

JUCAMAR

El acrónimo JUCAMAR no indica el nombre de una banda musical sino el de un club juvenil Juventud Católica en Marcha-, que actuó en León, desde 1969 hasta finales de 1972.
JUCAMAR era un grupo de jóvenes que tenía diferentes actividades religiosas, artísticas, culturales y deportivas, donde había un grupo musical que se encargaba de la música litúrgica de la Misa de Juventud de los Capuchinos. Dirigía el club y los ensayos el entonces fraile Aniceto Villamide Estremeiro. El grupo musical manejaba también un repertorio de música pop de la época que se exhibía en los festivales que organizaba y en algunas fiestas populares.

Por ese grupo musical pasaron solistas como Eduardo (antiguo alumno de la Escolanía), Loli y Rosa, Daniel (seminarista); guitarras como Alfredo, Juan Miguel, Tomás, Gelo y Juan Carlos; y percusionistas como Emilio y Licinio (seminarista, que dominaba también el acordeón). No todos participaron en el resto de las actividades del club juvenil.
Varios de ellos formaron parte de grupos de música folk y tradicional relevantes, como Buenas Noticias, Barrio Húmedo, Capas Pardas, Aldaba, Plaza Mayor, Huylka y otros.
El club JUCAMAR y su sección musical desaparecieron cuando su fundador dejó de pertenecer a la orden capuchina para ser acogido por la diócesis de León como sacerdote y partió para USA, donde se dedicó a la pastoral de las comunidades hispanas, primero en Harlem (NY) y, posteriormente, en una parroquia de Connecticut donde, después de 45 años de trabajo, se jubiló y actualmente reside.

Sobre el contexto y significado de aquel movimiento juvenil:
En el verano de 1969 llegó a León un joven e innovador franciscano educador de la infancia y juventud, además de apasionado músico. Procedía de Madrid, donde acababa de terminar sus estudios superiores de Teología.
La comunidad franciscana le encomendó varias tareas: dirigir la Escolanía y el grupo de Juventudes Franciscanas preexistentes, entre otras.
La escuela de niños cantores se ubicaba en unos locales sobre la entrada del salón de actos actual. Disponía de un amplio salón, anexo a las aulas, con piano para los ensayos.
El grupo de jóvenes era pequeño y de carácter bastante cerrado y excluyente. Se reunía en un local bajo el salón de actos. Pronto iba a transformarse en algo muy diferente, más en consonancia con las ideas de inclusión y apertura al mundo emanadas del reciente Concilio Vaticano II.
En la cabeza del citado fraile surgió la idea de organizar “algo que le hiciera salir de aquella cerrazón si queríamos tener una juventud católica que respondiese a aquel momento histórico”: una misa dirigida específicamente a la juventud leonesa. Una vez que la comunidad franciscana valoró el proyecto fue aprobado y anunciado convenientemente. Para ello se invitó a participar a jóvenes que tocasen la guitarra u otros instrumentos. Era necesario preparar un repertorio religioso específico para la ocasión. Los ensayos tendrían lugar en el salón de música de la Escolanía.

El último sábado de octubre de 1969, de 9 a 10 de la noche, tuvo lugar la primera celebración, que se repetiría a lo largo de casi todos los sábados siguientes. La afluencia era masiva (en ocasiones se veían colas para entrar). La causa: una atractiva misa oficiada por el padre Aniceto, con una liturgia y unas homilías conectadas con la realidad del momento, donde las canciones llegaron a ser acompañadas por guitarras eléctricas y batería, en un amplio espacio como la iglesia de S. Francisco. Estaba naciendo lo que se llamaría “Misa ye-yé”.
Muchos jóvenes, estudiantes y trabajadores, sintieron la necesidad de expresar sus inquietudes más allá de los límites de ese acontecimiento religioso. El lugar de reunión bajo el salón de actos les quedó pequeño y se trasladaron a las dependencias de la Escolanía donde el grupo de Juventudes Franciscanas se convirtió en un movimiento juvenil nuevo, algo mucho más amplio e inclusivo, que los participantes llamaron JUCAMAR.
Esos nuevos espacios se llenaron de actividades de ocio con un calendario vespertino diario fuera de los horarios académicos y laborales y con una proyección cultural y social hacia el exterior: alfabetización del colectivo gitano, campañas del papel, organización de festivales, actuaciones teatrales, semanas de juventud…

Algunos de los que vivieron aquella experiencia manifiestan que aprendieron a convivir, a cuidar del espacio que ocupaban, a profundizar en el sentido religioso y católico de su vida y a comprende la realidad de manera crítica y constructiva. También descubrieron capacidades dormidas que les ayudaron en el ejercicio de sus profesiones.
Hay que resaltar también la colaboración de JUCAMAR con la Escolanía, tanto en actividades musicales como educativas, pudiendo participar como monitores en sus colonias vacacionales. Retos todos no exentos de dificultades que contribuirían a su maduración personal y a un mejor conocimiento del mundo en que vivían. Hoy es el día en que aún recuerdan con cariño aquella etapa de sus vidas, guardándose una profunda amistad y respeto a pesar de las distancias y de las diferentes trayectorias seguidas. Allí se conocieron y se formaron algunas parejas que acabaron en matrimonio.

Fuentes:
El padre Aniceto Villamide Estremeiro y varios testigos presenciales, hoy jubilados, protagonistas de aquel movimiento juvenil.

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Un cartel con las actividades organizadas en el Teatro de los Padres Capuchinos de León.